Si nos fuéramos a una definición “de libro”, hablaríamos del coaching como una entrenamiento personal y confidencial en el que una persona acompaña a otra, a un equipo o a una organización, a pasar de una situación actual a una situación deseada, a través de una metodología concreta, de unas herramientas y con la aplicación de una serie de competencias por parte del coach (presencia, pregunta y escucha activa).
Si lo bajamos a tierra, te diré que a través del coaching acompaño a personas y a organizaciones en el camino de transformación que les lleva a conseguir moverse desde su situación actual a una situación deseada. El destino de ese camino lo marca el cliente, y es él quien tomará sus decisiones y será responsable de las acciones a realizar para poder avanzar en el trayecto.
Nadie mejor que el cliente sabe cuál es el destino que desea ni los recursos que tiene para llegar a él. Como coach, ni dirijo, ni doy consejos ni tomo decisiones. No te confundas.
Como coach te ayudo a iluminar las zonas más oscuras del trayecto, te invito a mirar paisajes que habían pasado inadvertidos, te llevo a reflexionar sobre los recursos que ya tienes y te invito a tomar conciencia de tus fortalezas, tus luces y tus sombras.
Cada proceso, cada camino, es distinto. Mi mapa, mis estructuras, no cuentan, sólo las del cliente. No hay dos destinos ni dos caminos iguales. Incluso el mismo camino se puede recorrer con calzado diferente, y la aventura no sería la misma. De hecho, desde donde yo lo veo, esa es la gracia del proceso. Nada está prefijado, no hay un estándar, el cliente y su camino, es soberano.